3 de marzo de 2011

1.

El la conocía. La había observado durante semanas. Todos los sábados, en aquel bar. Tenía memorizada su sonrisa. Había apuntado en una libreta todas y cada una de sus expresiones.

A pesar de la música, cada sábado, el se esforzaba en oír su risa, escuchar su voz, descifrar su acento. No era de aquella ciudad, eso lo tenía claro.

Las noches que había OpenMic en el bar, se subía al escenario, cogía su guitarra y le cantaba. La miraba a los ojos y hacía sonar infinitos acordes. Mientras ella, ajena a todos esos sentimientos, escuchaba cantar al chico del chaleco.

Quizás estaba un poco obsesionado. Era la única explicación a la angustia que le recorría el cuerpo entre semana. Esa misma angustia que se calmaba cuando la veía entrar por la puerta del bar.

Entonces...