7 de marzo de 2011

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Entonces llegó ese gran día. Ese día en el que al volver del trabajo, y a causa de hacer un recado, tuvo que desviarse dos calles de su itinerario habitual. Al pasar por delante de aquella pastelería creyó ver su reflejo. Sin pensar cruzó la calle, con miedo. Al pisar la acera no pudo evitar girarse. Miró hacia el escaparate y allí estaba ella, sentada en un sillón, al lado de la ventana, tomando un té con un cuaderno y un diccionario.

(Por supuesto esto son datos que supo más adelante. Es imposible percibir tales detalles desde el otro lado de la calle, con un tráfico de hora punta, en una gran ciudad).

Todo esto le hizo darse cuenta de que, estaba en mitad de la calle, entorpeciendo el paso a los transeúntes y sonriendo como un bobo. Se sintió estúpido y se marchó a casa. Pero memorizó el nombre de la calle, el de la pastelería y el de la tienda de ropa de segunda mano que estaba a su derecha.